Sentados, tomados de la mano, pude respirar el oxígeno que nos brindaba ese lugar, el calor nos envolvía como una nube de neblina bajando a lo alto de los cerros, en ese momento lo único que quise fue vivir, y no pensar en el ayer ni en el mañana. Tampoco quería alargar el momento al infinito, sólo quería vivirlo, y respirar el tiempo segundo a segundo. Así fue hasta que la realidad se tornó rara, borrosa y cálida, pero a la vez era perfecta.
Inmerso estaba cuando la revelación me golpeó como una bofetada de aire, me ví a mi mismo en días pasados abrazado al futuro con tanta seguridad que no veía lo etéreo de su cuerpo, así pasé mucho tiempo hasta que un buen día voló, desapareció y caí de frente. Esa caída me regreso a mi lugar en la tierra de las bestias junto con la mujer que acompañaba. Respiré hondo. Me dispuse a admirar como el ocaso dona su energía al infinito que se encargará de transformarla en un nuevo amanecer. En eso abrí los ojos a que es un proceso infinito y hermoso, que ocurre todos los días en mi mundo, y que jamás nadie se toma el tiempo de admirar.
Al ver tantas cosas me sentí pequeño, insignificante en relación al Universo, y que no no sabía si mañana estaría donde hoy estoy, o si sería quien soy ahora. ¿Que más puedo decir? no recuero más de mis visiones, pero lo que estoy seguro es que aprendí a vivir la vida hoy.
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