Cayeron una a una las hojas de los árboles, rompiéndose como el
cristal, mientras yo pensaba en tí a la sombra de uno de esos árboles y
acariciado por la traviesa brisa que hacía a las hojas tambalearse
mientras caían al suelo.
Me sentí, por un breve momento, una más
de esas hojas en el piso... me sentí como abandonado, frío y en
solitario y ¿qué podía yo hacer? si en aquel momento no estaba ella mi
lado.
Cerré los ojos y tomé un largo respiro,
nuevamente la brisa acarició mi rostro como queriendo consolarme.
Escuché unos pasos crujir sobre las hojas secas en el suelo, después su
tersa voz -Así que estabas aquí, tu siempre tan despreocupado- Me dijo
ella mientras yo abría los ojos para voltear a verla. -Es tan apacible
este lugar- respondí y luego añadí -sin embargo, ni siquiera así puedo
conciliar la paz-.
Ella me miró con una expresión
confusa mientras yo me ponía de pie. -De veras que no te entiendo a
veces- Me dijo en un tono ya entre molesta y confundida. A mi realmente
solo me surgió una sonrisa de momento, no por burlarme de ella, quizás
sería lo lindo que se veía en ese momento. Ella solo me miró confusa
nuevamente.
Decidimos caminar juntos un rato. El viento
de otoño nos hacía compañía esa tarde y de momento le jugó la travesura
a mi acompañante de arrancarle la bufanda del cuello repentinamente.
Corrimos tras ella para alcanzarla, pero vaya si el viento nos hizo
perseguirla un buen rato. Finalmente la alcanzamos, para nuestra mala
fortuna, atorada en la rama de un árbol no muy alto, pero lo suficiente
como para que ninguno de los dos pudiésemos alcanzarla. -Bueno es una
lástima, vámonos- dije bromeando mientras me daba vuelta y me alejaba un
par de pasos. -Pero, pero... ¡mi bufanda!- Me gritó ella desesperada,
giré mi cuello para verla y vi su rostro de puchero que incluso entonces
era tan lindo. -Vale ya, estaba bromeando- le dije mientras me acercaba
de vuelta al árbol, -sin embargo, no puedo alcanzar la bufanda desde
aquí... súbete a mis hombros- añadí. -¡¿Qué?! ¡¿estás loco?! ¡¿y si me
caigo?!- me decía ella temerosa y preocupada. -Descuida, no te dejaré
caer. Además eres tu la que está desesperada por su bufanda ¿o no? y
además no podría yo subirme a tus hombros, venga súbete- le dije
contundentemente y mientras me agachaba para que se subiera a mis
hombros. Ella titubeante accedió después de unos segundos y se trepó en
mis hombros finalmente.
Al principio se nos podía ver
balanceándonos de lado un poco, pero cuando parecimos tomar el
equilibrio nos acercamos al árbol y ella trató de tomar la bufanda, pero
parecían faltarle unos centímetros. -Ya casi, un poco más- murmuraba
ella. -Ten cuidado o nos vamos a...- antes de poder yo terminar la frase
sus jaloneos me hicieron perder el poco equilibrio que habíamos logrado
y caímos al piso, ella quedó sobre de mi.
-¡Auch!
dijiste que no me dejarías caer- me dijo ella en tono de molestia.
-Bueno, ya tienes tu bufanda ¿no?, además no te dejé caer al piso- Ella
se percató de que tenía la bufanda en la mano y se mostró alegre,
después se dió cuenta que había caído sobre mi y trató de levantarse lo
más rápido que pudo... sin embargo resbaló y volvió a caer sobre mí.
Quedamos ahí sobre el suelo, entre unas cuantas hojas secas, ella sobre mi, ambos frente a frente y a pesar de ser otoño me sentí tan cálido. Nos miramos por unos segundos que parecieron minutos, o quizás fueron unos minutos que parecieron horas... es difícil decirlo ahora. Nuestros corazones se aceleraron, -Perdónam...-
sin dejarla terminar la frase simplemente la abracé, como un reflejo,
como un sentimiento... como aferrándome a algo que simplemente no quería
dejar ir. Ella me abrazó también y entonces ahí, en medio de las hojas
secas, acariciados por la gentil brisa del viento que nos había jugado
una broma, y bajo aquel árbol que había sido su cómplice, nos besamos.
Fue ese momento... ya no me sentía ni solo, ni frío. No se bien lo que sentía... solo quería quedarme ahí con ella y ahí nos quedamos un buen rato.
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